miércoles, 6 de julio de 2011

Las hermanas tejedoras

Me siento tan orgullosa, que es difícil no aprovechar esta instancia para contar el motivo de tanto orgullo. Resulta que mi mamá siempre ha tenido una vocación de servicio social, siempre interesada por los más necesitados. Tomando en consideración las temperaturas bajo cero que hemos sufrido los santiaguinos, mi madre ideó su propia campaña de invierno: Tejer gorros de lana para los abuelitos indigentes.

Es así como contactó a su hermana y se pusieron a recolectar todos los saldos de lanas que tenían y ovillaron lanas de dos colores para que los gorros quedaran “topísimos”. Cuando mi mamá se propone una meta, no se detiene hasta alcanzarla. Tejía y tejía, obsesionada por rendir lo más posible. Tres gorros diarios en promedio fue lo que tejió. Veinte gorros de lana fue el total entre las dos hermanas.

El primer paso -y más agotador- ya estaba dado, ahora vendría el más emotivo: entregar los gorros. La más entusiasmada era mi tía, le preguntaba todos los días a mi mamá: “¿Cuándo vamos a ir a repartir los gorros?”. Y hoy fue ese día.

Después de terminar su turno de noche, mi tía vino a buscar a mi mamá a la casa para ir al Río Mapocho y buscar ancianos que vivieran en la calle. Desorientadas preguntaron a un Carabinero dónde podrían haber personas sin hogar, el oficial les indicó que el sector de los puentes que cruzan el río vivían varios indigentes. Apretando el tranco llegaron hasta una plaza y allí encontraron a cinco personas sin hogar que disfrutaban del tibio sol que se proyectaba escasamente. Se acercaron y les dijeron: “Tomen, nosotras los tejimos para ustedes con mucho cariño”. Uno de los hombres se incorporó y dijo: “Ah! Nos van a regalar gorritos… gracias”. Los demás eran más callados, así que mi tía se acercó, y ella misma les acomodó los gorros y  se los arregló para que se vieran bien. La única mujer del grupo estaba en silencio, observando. Ella estaba en muy malas condiciones, parecía que había sufrido un maltrato físico, así que mi tía le arregló el cabello como pudo y le acomodó el gorro para que se viera más linda. El más comunicativo del grupo agradeció en nombre de todos y le dio la mano a mi tía. “Yo le daría un beso y un abrazo, pero no puedo, porque no estoy pasaoh a copete”, dijo disculpándose por no haber demostrado más gratitud.

Siguieron caminando, hasta que llegaron a la calle Recoleta y en la Iglesia Recoleta Franciscana se encontraban decenas de mendigos haciendo fila para recibir un almuerzo. Cuando comenzaron a entregar los gorros, todos comenzaron a acercarse y a rodear a mi tía, pues ella era la que acomodaba la prenda cariñosamente en las cabezas descubiertas.

Faltaron cabezas por cubrir, pero el compromiso sigue. Ahora serán los amigos que recogen la basura quienes recibirán un gorrito para abrigarse y combatir las frías mañanas santiaguinas.


06 de Julio de 2011, Santiago de Chile.

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